martes, 19 de abril de 2016

LA EDUCACIÓN TEOLÓGICA Y EL SACERDOCIO UNIVERSAL DE LOS CRISTIANOS


Por, Mag. Israel Osorio





Una de las doctrinas de origen neo-testamentario recuperada por Lutero y formulada clásicamente por él, es la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes.

El Nuevo Testamento describe a la iglesia como real sacerdocio, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las virtudes de Aquél que los ha llamado de las tinieblas a su luz (1 Ped. 2:9; Ap 1:6; 5:10)

Ya en la exégesis patrística algunos padres de la iglesia hablaron de los cristianos como de una raza sumo sacerdotal que presentaba sacrificios para Dios.

El hecho es, que si todos los creyentes son sacerdotes, entonces la educación teológica no puede limitarse a una élite clerical a la cual le es encomendada la tarea de pensar por los demás. Todos los miembros de la iglesia necesitan aprender a pensar teológicamente, todos precisan de herramientas para construir puentes entre el mundo de la Biblia y el mundo contemporáneo, y todos requieren ayuda para articular su fe. La fe cristiana no es sólo algo que se siente sino también algo que se piensa y se reflexiona. Debemos aprender a usar el pensamiento constructivo y ponerlo al servicio de la fe.

La tarea teológica pertenece a la totalidad del pueblo de Dios. En términos prácticos esto quiere decir que el lugar más apropiado para la educación teológica es la iglesia local. El seminario cumple su rol en la formación de pastores y maestros de las iglesias. Los egresados del seminario deben dedicarse a “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Ef 4:12) es decir, a equipar a los creyentes para el servicio.

Un seminario es un semillero, un lugar de siembra para promover la educación de la iglesia en la fe cristiana, y la fe cristiana no es otra cosa que el evangelio de Jesucristo. Para ello necesitamos enseñar las Escrituras y estudiar la vida, misión y pensamiento de la iglesia en la historia, y señalar directrices para la práctica de la fe, sirviendo a Dios y a la humanidad en las situaciones concretas de la vida diaria.

La educación teológica, es pues, el proceso por medio del cual la iglesia es formada en la fe, para articularla en hechos y palabras con integridad bíblica, teológica y ética.

Sin instituciones teológicas se limita la posibilidad de que la iglesia cuente con líderes suficientemente preparados para enseñar la fe y se reduce el potencial de miembros capaces de vivirla y transmitirla.

Desde esta perspectiva, la iglesia es un ministerio docente y la educación teológica es una forma especializada, pero no elitista de ese ministerio. La tarea de la iglesia es enseñar, hacer discípulos, no de hombres sino de Jesucristo. Enseñar la fe es hacer lo que Jesucristo hizo con sus discípulos: enseñarlos a seguir en pos de él ayudándolos a escuchar y entender su Palabra. A este mismo quehacer es llamada la iglesia, ella es enviada a discipular a los pueblos, a enseñarles a guardar todo lo que Cristo ordena en su Palabra. La iglesia tiene la necesidad de complementar su ministerio evangelizador con el educativo, así como Jesús complementaba su predicación con la enseñanza y la sanidad.

Jesús no solamente informaba sino que formaba y transformaba. Así, el ministerio docente de la iglesia debe encontrar su contraparte en el ministerio docente de Jesús; debe informar la mente y el pensamiento capacitándolos para articular la fe contextualmente y llevarlos a un mayor compromiso con el evangelio. También deben formar el carácter y las habilidades para ponerlos al servicio del reino. Pero también debe transformar los valores, las personas y las comunidades.

Debemos aprender de Jesús, él consideraba al pueblo como sujeto teológico porque el pueblo también es hacedor de teología. Debemos aprender a leer la Biblia no sólo con las herramientas de la erudición sino también a través de los ojos del pueblo, de los marginados y menos favorecidos. Muchas veces debemos aprender a romper el monopolio de los eruditos en la interpretación de la fe y aceptar el hecho de que su capacidad para sistematizar las doctrinas no es de por sí garantía de fidelidad al evangelio. Con esto no se pretende reducir el valor de la erudición o dejar de lado el patrimonio teológico de la iglesia, tampoco minimizar la importancia de la educación teológica académica, pues no haríamos bien en tirar por la borda ese tesoro de doctrina y ese legado que nos enriquece y nos vincula a nuestras raíces históricas y teológicas. No es posible ser evangélicos cultos a parte de un estudio siquiera general de las cuestiones históricas y teológicas que pertenecen a la iglesia. Pero lo que sí queremos enfatizar es que toda la erudición y la academia deben ser puestas en sintonía con el pueblo y sus contextos.

Para esta tarea la iglesia necesita líderes consagrados y preparados, hombres y mujeres capacitados para la enseñanza. Este liderazgo docente de la iglesia tiene diversas expresiones. Por una parte, todo el ministerio “ordenado” de la iglesia tiene una función docente. Es un don que el Espíritu Santo da a la iglesia para capacitarla en la misión. Todos aquellos que han sentido el llamado de Dios para el ministerio pastoral tienen la gran responsabilidad de preparar a la iglesia para dar testimonio del reino de Dios en las situaciones concretas del diario vivir.

Por otra parte, están aquellos que son llamados a ejercer el magisterio en nombre de la iglesia para la formación de sus ministros, las epístolas los llaman doctores, desempeñan una función parecida a los rabinos en la época de Jesucristo. En la tradición cristiana se les conoce como “teólogos” o “profesores”.

No podemos dejar de lado, sin embargo, a aquellos miembros del pueblo de Dios que no siendo ni pastores ni doctores, tienen el don de la enseñanza y contribuyen al ministerio docente de la iglesia como laicos. Tales personas hacen posible que la educación teológica alcance a todo el pueblo de Dios. Son como mediadores teológicos, por estar inmersos en las mismas faenas cotidianas de la feligresía. Este liderato docente laico, hace que la teología “aterrice” en las luchas y pruebas del diario vivir.

Por esto se necesitan programas de reflexión teológica para laicos, ellos necesitan capacitarse pues son ellos quienes dirigen diversas actividades en la iglesia local. Muchos de ellos se desempeñan en la docencia cristiana que busca formar discípulos de Cristo, tarea que requiere una reflexión crítica y espiritual que interprete y articule la fe con claridad y precisión en sus respectivos contextos en donde les corresponde desempeñarse como testigos del reino de Dios. En muchas iglesias funciona lo que se llama el “equipo pastoral”, formado a veces solamente por “laicos” que funcionan como pastores sin que ninguno de ellos reciba oficialmente la preeminencia. Este modelo no es nuevo, como lo atestiguan los hermanos de las Asambleas de los Hermanos Libres y otros grupos, y que se está implementando en las iglesias que estaban acostumbradas a tener un solo pastor, de tal modo que el número de laicos que participan en las distintas actividades de carácter docente en las iglesias, se está incrementando cada día más; esto conlleva la urgente necesidad de programas de entrenamiento teológico para laicos.

Uno de los grandes teólogos luteranos del siglo XIX Martin Kaehler dice que la misión de la iglesia es la madre de la teología. La misión da nacimiento a la teología en la medida en que produce una comunidad misionera. No hay iglesia sin misión y no puede haber verdadera teología cristiana sin iglesia, porque la teología es una actividad reflexiva de la iglesia que trata de entender el misterio de la fe para descubrir sus implicaciones para la vida de los creyentes y hacer visible su misión en el mundo.

Más que formar meramente trabajadores sociales el ministerio de la iglesia debe estar destinado a formar siervos y siervas de Dios, capaces de comunicar el evangelio al pueblo de manera pertinente. El interés por lo social es de gran valor, se debe crear conciencia en cuanto a la responsabilidad social de los cristianos, pero sin dejar que el entusiasmo por lo social, vaya en detrimento de otras dimensiones del ministerio evangélico, porque de otra manera estaríamos saliendo de un extremo para caer en otro, escapando de una ideología para caer en otra, y continuar ideologizando el evangelio al servicio de una causa política cualquiera que ella sea.

En conclusión, urge un redescubrimiento del sacerdocio de todos los cristianos. El sacerdocio universal de los creyentes es una premisa de la eclesiología bíblica y tiene importantes consecuencias prácticas para la educación teológica. Todo el pueblo de Dios debe recibir y a la vez ser agente de una educación teológica contextualizada que capacite a todos y a cada uno de los seguidores de Cristo, para vivir y articular su fe y participar de una manera adecuada en la extensión del reino de Dios.

Se necesitan teólogos, pero teólogos que dialoguen en estrecho contacto con el pueblo y que articulen el evangelio en el contexto sociocultural en que viven, para que la educación teológica cumpla con su tarea en relación con la misión de la iglesia.

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