JUSTICIA Y PAZ: UNA HISTORIA DEL CONFLICTO SOCIAL
COLOMBIANO
Por: Mag. Mario Cely Q.
Autoritarismo e
individualismo en la conformación socio-política del pueblo colombiano
I.
El componente histórico y antropológico-cultural del
autoritarismo-individualismo político hasta nuestros días
Desde la expulsión de los
españoles, en plena época de la colonia, los que quedaron al mando de la Gran
Colombia fueron los llamados “criollos”. Eran de raza blanca y, por encima de
todo, educados en España. De igual modo, eran ambiciosos y llenos de un orgullo
clasista y burgués bastante particular. Tuvieron desde el comienzo grandes
deseos de esquematizar una educación en nuestro territorio para gente blanca,
aventajada por viejos abolengos y de estirpe familiar directamente peninsular
pero acomodados monetariamente y ricos en tierras y ganado. Y por supuesto, la
educación fue solicitada a la Iglesia Católica. A esto contribuyó sin duda la
orden de los jesuitas o Compañía de Jesús, que vinieron de España especialmente
a sostener el papado y a organizar la sociedad de la Gran Colombia bajo las
fuertes imposiciones autoritarias religioso-políticas de la Contrarreforma del
siglo XVI. Su estrategia político-religiosa consistió en educar a los ricos y a
la clase política dominante del país a fin de formar parte del mismo poder
político. Pero los pobres, fueron y continúan siendo la fuerza laboral y el
soporte económico de los aventajados; de otro lado, la base del experimento
jesuítico. Hasta el día de hoy, ¿cuándo hemos visto que la Pontificia
Universidad Javeriana abra sus puertas a las clases más necesitadas de
Colombia? La estrategia continúa, igual, incólume.
Al conjunto
de los propios hijos de los españoles que habían nacido en estas tierras
históricamente se les empezó a denominar “criollos”. Con este sustantivo
estirado se aludía a aquella élite que política, económica y militarmente
comenzó a gobernar y a disfrutar de las riquezas y economía que producía la
mano de obra de campesinos, indígenas y afrodescendientes. En fin, a esta
poderosa mano de obra los historiadores y antropólogos denominaron luego “el
mestizaje”. Las riquezas y las grandes ganancias de las clases dominantes
provenían de la explotación minera, agrícola, ganadera y comercial. A mediados
del siglo XIX, un incipiente intercambio comercial comenzó a abrirse con
Inglaterra y los Estados Unidos de América. El poder económico e industrial de
Inglaterra entre los siglos XVIII y hasta mediados del siglo XX es indisputable
históricamente. Pero desde luego, el centralismo político, a manos del gobierno
de turno, siempre ha favorecido que los grandes negocios con otras naciones se
hagan para unos pocos que se quedan con los grandes capitales. El “criollismo”
—hasta hoy—, auspició siempre el viejo signo de la inequidad económica y
social. Esta es una de las causas del sufrimiento y atraso de nuestro país
donde el rico sigue siendo más rico y el pobre más pobre.
A.
Análisis doctrinal e histórico del autoritarismo
Desde su
punto de vista doctrinal el autoritarismo defiende un control
estructurado de la sociedad desde “arriba” o desde el “centro”. El triunfo
del “centralismo” a manos de Antonio Nariño (1811) propició que hasta hoy este
modelo sea el que rige a Colombia. Un modelo que fue inspirado en las tesis de
la Revolución Francesa de 1789. Desde la Constitución de Cundinamarca (30 de
marzo de 1811), la ciudad capital de Bogotá continúa siendo el centro del
accionar político, económico e industrial más importante del país. El
reconocido propósito del autoritarismo consiste en ejercer el “control”
para mantener la unidad de la nación y las viejas tradiciones íbero-católicas
instauradas en estas tierras.
Probablemente
y muy diferente hubiera sido la suerte de Colombia frente al autoritarismo
centralista de haber triunfado las tesis del General Francisco de Paula
Santander, quien propuso el “modelo federalista” para la nación, más aliado de
una educación protestante y del protestantismo estadounidense y europeo. Está
basado en el modelo de la República Federal. Fue, para decirlo con términos muy
generales, anticlerical, patriota, republicano y liberal, de un federalismo muy
matizado y pragmático, enemigo de la monarquía y el centralismo, civilista pero
amigo de la energía que el ejército podía dar al Estado y partidario de
gobiernos con autoridad y fuerza, sujetos a leyes claras y respetuosos de los
derechos fundamentales del ciudadano, entre los que daba especial importancia a
la libertad de prensa y al debido proceso legal.
Como
amigo del protestantismo, vio con buenos ojos que su yerno, el coronel inglés
James Fraser, cristiano por convicción y amigo de la Reforma del siglo XVI,
solicitara misioneros protestantes al país. El Dr. Henry Barrington Pratt llegó
a Bogotá en repuesta a la petición del Coronel Fraser a la junta misionera
presbiteriana de Estados Unidos. Inmediatamente empezó a establecer relaciones
con el pueblo. Los primeros que asistieron a los cultos tenían un sentimiento
contra la Iglesia Romana, pero perdieron interés cuando predicó contra el
pecado. Pratt escribió una carta: “Casi todo el mundo dice que confió para su
salvación eterna en ritos y ceremonias exteriores. Entre la juventud y los hombres
más bien educados no se ve interés alguno por la iglesia”. Pero, recordemos que
Diego Thompson, colportor de la Sociedad Bíblica Británica, ya había estado
antes en Bogotá hacia el año 1825. Como resultado de esta visita se formó la
Sociedad Bíblica Colombiana en ese mismo año.
La
Iglesia Católica Romana y el Estado colombiano desde su aparición, y según su modus
operandi, fueron moldeados desde sus comienzos por el estilo autoritario
o autoritarismo forjado por el Concilio de Trento (1545-1563). Esto
fue hecho por medio de su aplicación doctrinal y acción misionera como
instrumentos principales de la colonización. Como sabemos, la conquista de
Colombia, de América Latina, fue violenta en su esencia. Las diferentes tribus
indígenas fueron sometidas de forma ignominiosa al poderío español. De otro
lado, la iglesia impuso la fe católica romana a los habitantes recién
descubiertos desde la Conquista hasta el año de 1962, época del Concilio
Vaticano II y cuando por vez primera el pueblo católico colombiano comenzó a
leer la Biblia sin el consabido permiso del obispo.
Debemos
ver en tales episodios históricos que todo esto fue una herencia negativa hasta
el día de hoy. La alianza entre la Iglesia Católica y el Estado español ya
traía en sus venas el autoritarismo. Comentando esta idea, el pastor y profesor
Pablo Alberto Deiros declara que “la conquista espiritual fue codo a codo con
la conquista material. El conquistador y el misionero cumplieron una función
similar para el Estado, dado que para evangelizar era necesario conquistar y
para conquistar era necesario evangelizar”. Es en
esta unión entre Iglesia Católica y Estado español que se forjan los órdenes
socio-culturales de Colombia y demás países latinos. El molde
autoritarismo-individualismo fue plasmado en la propia vena de la familia, el
gobierno civil, el Estado, la organización de la Iglesia Católica, la
educación, las fuerzas militares etc., el cual sería el prototipo cultural y
político que regiría el país hasta el presente.
Desde el
punto de vista del autoritarismo español y criollo, el ente mediático que
garantiza el dominio o el poder sobre el pueblo es la estratificación
piramidal o el gobierno jerárquico. Pero también lo es el dominio religioso
en la mente y costumbres de las gentes establecidas a lo largo y ancho del
territorio colombiano. Tradicionalmente el poder que ostentan las élites se
ramifica en lo eminentemente político y económico. Se, supone que cualquier
tipo de “oposición” que se haga a la clase político-económica dominante es una
especie de “traición”. De ahí que se considere que “los errores o delitos
cometidos por el pueblo, por lo general son juzgados no de acuerdo al derecho,
y las leyes son amañadas para mantenerse en el poder”. La oposición solamente
es tolerada y, en general, es considerada un signo de debilidad o un fracaso en
el liderazgo de quienes ostentan el poder.
Ahora
bien, al hablar de “cambios” en el liderazgo político usualmente significa un
cambio generalmente radical orientado hacia nuevos proyectos y nuevos planes
entre los miembros de la misma clase económica y política dominante. Rara vez
se continúa sobre lo ya construido; rara vez se lleva a cabo o más arriba el
progreso socio-económico sobre la base de lo anterior. Generalmente lo que se
busca es demostrar al país que el sucesor es mejor en cuanto a lo que promete.
Con frecuencia se trata de una exhibición de orgullo y vana jactancia envuelto
en la mentira. Históricamente, una de las peores tragedias de Colombia a nivel
político ha sido la imposición del orgullo de un “caudillo” sobre otro, quien
se precia de ser “mejor” que el anterior. Hoy tenemos a un Juan Manuel Santos
desafiante de su antecesor Álvaro Uribe Vélez. En el pasado —y hasta el día de
hoy— las viejas jactancias personales tuvieron la tendencia a producir cambios
que fueron sangrientos y despiadados entre la población por el hecho de que en
América Latina el populacho, la persona como tal, no siguen programas
políticos, ideologías o filosofías, sino a “hombres”, a “caudillos”. Por lo
general, un líder político fuerte o caudillo, cuando sube al poder, casi nunca
tiene la intención de completar los proyectos comenzados por su
predecesor, pues esto sería dar demasiado crédito a un líder destronado. Por lo
tanto, todo debía y debe comenzar de nuevo, y de esto modo, todo lo que hizo el
anterior régimen era (por lo general es) borrado literalmente. Desde los
comienzos de la República, los “caudillos” surgían y aparecían de entre los
partidos liberal y conservador como pájaros migratorios sobre los árboles,
pero, esencialmente, el sistema feudal y el atraso del pueblo permanecían
intactos. Vale decir, los rostros de los políticos cambiaban y cambian, pero el
sistema siempre continuaba y continúa siendo el mismo. Vivimos
en un sistema cuyo modus vivendi raya en el casi absoluto
individualismo, con la tendencia a generar violencia llevar en las venas el autoritarismo,
una de las causas de nuestro subdesarrollo.
B.
Demasiadas guerras civiles en Colombia
Recordemos
aquí que el Estado colombiano nació a comienzos del siglo XIX, luego de la
emancipación del dominio español. Es sorprendentemente triste saber que la
historia de Colombia durante este mismo siglo se caracterizó por diferentes
guerras civiles, dados los intereses egoístas de cada bando de criollos que
reemplazaron el dominio español. Comenzó como una república inestable en sus
condiciones sociales y económicas. Una guerra cruel fue la “guerra de los Mil
Días que se inició el 17 de Octubre de 1899 y perduró hasta 1902 con el tratado
de Wisconsin. Debido a que era una frágil paz fue firmada en el buque
norteamericano llamado “Wisconsin” frente a las costas de Panamá. Esta fue una
guerra entre los integrantes de los partidos liberal y conservador. Fue una
guerra tan cruel que trajo demasiado dolor, ruina y muerte entre los
colombianos. Si notamos bien, el siglo XIX terminó con esta horrible guerra
civil y el XX comenzó con la misma guerra. Los problemas se suscitaban porque
los partidos políticos liberal y conservador tenían intereses comunes como el
control regional de la nación y de su producción económica. A esto los
historiadores le han llamado “la violencia bipartidista”. Es así que entre 1863
y 1886 hubo en Colombia más de cuarenta luchas locales y dos guerras de
mayor envergadura: la de 1876 iniciada por los conservadores, y la de 1885
producida por los liberales radicales, quienes se oponían a las reformas que el
presidente Rafael Núñez quiso introducir dentro del régimen constitucional del
país. La
guerra de los “Supremos” fue otro triste episodio. Tal fue la autodenominación
que se dieron los caudillos José María Obando y Salvador Córdoba. En tal
refriega estuvieron involucradas la Iglesia Católica y las fuerzas armadas.
Aquí también el derramamiento de sangre fue notorio.
E. Yunis ahonda en esta triste coyuntura colombiana y sus
consecuencias hasta el día de hoy al decirnos:
Los comienzos del nuevo siglo nos
muestran un país fragmentado, una patria —para utilizar el lenguaje de
algunos—, con muchas separaciones, con segmentos de diferente color, con una
regionalización que, si antes era muy del orden natural y geográfico, afianzado
luego por las endogamias culturales, ahora se convierte en imposiciones de otro
tipo, con aislamientos obligados que se agregan a las características
geográficas, que las aprovechan después del abandono al que han estado
expuestas. Los sociólogos, politólogos y otros expertos tienen la palabra para
hablar del Estado-nación, construcción en la que se ha fracasado; podrían
decirnos también si con una fragmentación tal, y con tan notorios
desequilibrios regionales, se puede construir un Estado moderno.
Durante
el siglo XX la lucha entre liberales y conservadores continuó hasta el famoso
frente nacional. Debido a la violencia política desatada el 9 de abril de 1948
con el magnicidio del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, los liberales durante el
gobierno de Laureano Gómez, para defenderse de los atropellos de los
conservadores crearon las guerrillas liberales de los Llanos Orientales. Hacia la
década de los años 20 hubo otros tipos de revueltas sociales como fue (a) la
marcha de los indígenas comandadas por Manuel Quintín Lame, (b) la
agitación de los estudiantes, de trabajadores del Estado y la clase obrera.
Todo esto vino a suceder durante el tiempo en que mandaron los conservadores.
Las luchas partidistas dieron lugar a los partidos de izquierda y movimientos
obreros como la Confederación Obrera Nacional de 1925, el Partido Socialista
Revolucionario en 1926, el Comité de Unidad y Acción Proletaria, en 1928.
También tenemos que por estos tiempos se produjo la conocida masacre de las
bananeras. La empresa norteamericana United Fruit Company
explotaba el banano en la población de Ciénaga, Departamento del Magdalena.
Durante el gobierno de Miguel Abadía Méndez (1867-1947) el 6 de diciembre de
1928, más de mil trabajadores de dicha compañía fueron masacrados en la plaza
principal de Ciénaga en medio de la huelga pese a tener el apoyo de la
alcaldía, e incluso se dice, de algunos funcionarios norteamericanos. La orden
de disparar la dio el propio presidente de la República al General del ejército
Cortés Vargas. La inconformidad de dichos trabajadores tenía que ver con los
bajos salarios y la explotación inhumana que llevaba a cabo la compañía en
asocio con el Estado colombiano y sus fuerzas. Por aquellos días se decía que
con su silencio, la Iglesia Católica se hacía cómplice.
Luego
vino una época de tensa calma o paz fingida durante la llamada República
Liberal. Gobernaron al país, Enrique Olaya Herrera (1930-1934), Alfonso López
Pumarejo (1934-1938, 1942-1945), Eduardo Santos (1938-1942) y Alberto Lleras
Camargo (1945-1946), ascendió al poder cuando López Pumarejo renunció en su
segundo periodo presidencial.
Vino
luego la República Conservadora (1946-1953), que junto con los intereses hegemónicos
de la Iglesia Católica desatan la violencia en todo el país. Y fue el 9 de
abril de 1948 cuando la violencia se extendió por todo el territorio nacional,
debido al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En ese tiempo el presidente de la
República era Mariano Ospina Pérez. Es por esta violencia política que
surgieron las llamadas guerrillas liberales en los Llanos Orientales. Pero
estas, se extendieron por todo el país. La República Conservadora termina con
el “golpe de opinión del general Gustavo Rojas Pinilla, quien asume el poder el
13 de Junio de 1953.
Hacia el
año 1957 se hizo el pacto del denominado Frente Nacional, cuyo primer
presidente fue Alberto Lleras Camargo (1958-1962), terminando con Misael
Pastrana Borrero por la sospecha de que Pastrana fue elegido de forma
fraudulenta. Por este incidente, nace en el año de 1972 el grupo guerrillero
M-19. Y así, hasta el día de hoy, nuestro actual presidente Juan Manuel Santos
ha atendido un pedido de la guerrilla de sentarse a la mesa para tratar de negociar
la paz.
Mucha
sangre ha corrido como ríos en este país. Los gobernantes y líderes políticos y
religiosos, siendo fieles al esquema autoritario-autoritarismo heredado de
España han construido este país con base en la crueldad, la injusticia y mucha
sangre. Aquí podemos recordar las palabras del profeta Habacuc: “¡Ay del que
edifica la ciudad con sangre, y del que funda una ciudad con iniquidad!”
(Habacuc 2:12). Del mismo modo tenemos que reafirmar con el libro del Génesis:
“La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (4:10). ¡El
juicio de Dios y la hora de entregar cuentas nos aguarda a todos!
II. Los
hombres “no nacemos iguales”
La
razón significativa que da vida al autoritarismo como un estilo de vida para
gobernar y una concepción aceptada por la gran mayoría de dirigentes y
políticos colombianos —de élite o no—, consiste en creer que “los hombres no
nacemos iguales”. Pero, esta expresión, en el contexto colombiano y latino
solamente significa que en la vida unos nacen en condiciones que los ubican abajo
y a otros arriba de la pirámide social estratificada. Para decirlo
en una forma coloquial bastante colombiana es que, “unos son de buenas y otros
son de malas”, “unos nacen con estrellas y otros nacen estrellados”, aludiendo
a la desigualdad socioeconómica. Igual existe el concepto de que la posición
social y las riquezas se tienen por merecimiento, las cuales se atesoran como
el valor más sublime de la vida. Pero nunca se ha aprendido que “Hay quienes
reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo,
pero vienen a pobreza” (Proverbios 11:24). Lo anterior es la forma tradicional
de razonar. Se trata de una deformidad psicológica, socio-cultural y religiosa
que envuelve a casi toda América Latina.
Pero, al
decir que “no nacemos iguales”, en otros contextos culturales y desde la perspectiva
bíblica significa que no todos tenemos las mismas habilidades, dones o
talentos, capacidad intelectual o laboral. Y en esto es lógico que no nacemos
iguales tanto por composición genética como cultural. Sin embargo, todos sí
somos iguales ante la ley y los llamados Derechos Humanos por ser creados igual
a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26). Desde un enfoque bíblico y
cristiano también significa que el fuerte debe apoyar al más débil, protegerlo
y no enseñorearse de él.
En el
contexto colombiano y latino (y por supuesto en muchas otras naciones del
mundo) no se considera para nada el hecho de la “igualdad en oportunidades”
para el más débil, de ahí que tampoco se tenga en cuenta la dignidad y derechos
de los pobres o más frágiles. No se puede dudar que se trate de una
tendencia heredada de aquella vieja España y que nos fuera trasplantada aquí
según el “modelo autoritario” de aquella antigua sociedad de los siglos XV y
XVI. Y de igual forma, el catolicismo basado en la tradición medieval romana
más no en la Biblia, fuente escritural del verdadero cristianismo, amputó por
lógica la ética y la moral de la religión en la vida del Nuevo Mundo.
El divorcio entre la fe y la ética-moral. El divorcio entre la fe y la conducta
ética y moral ha sido uno de los grandes males conque creció el pueblo
colombiano y latinoamericano, los cuales impidieron la construcción de una
nación proverbialmente más justa y equitativa en su esquema socio-político. En
Colombia “se nace católico romano por tradición” pero “no se hace cristiano por
convicción”. Desde que se nace, la Iglesia nos inculca la fe “implícita”, una
fe que nada sabe ni entiende de las riquezas que Dios ha revelado en su
Palabra; es decir, que el católico “adora” a Dios en medio de la ignorancia. Lo
contrario es la fe “explícita” lo cual significa la explicación inteligente del
texto bíblico para guiar la vida y la conducta bajo la íntima comunión con
Dios. Hubiera sido mejor para este pueblo si los primeros misioneros católicos
hubiesen trasplantado la enseñanza escritural del Antiguo Testamento. El
problema es que muchos de ellos no conocían en la experiencia del nuevo
nacimiento (Juan 3:3-5) al Dios vivo y eterno que se nos ha revelado en la
persona de su Hijo Jesucristo. Veamos como ejemplo cómo Dios mismo inculca al
pueblo de Israel el aprendizaje teórico-práctico de la auténtica vida
espiritual y religiosa: “Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro
corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán
por frontales en vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de
ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te
acuestes, y cuando te levantes” (Deuteronomio 11:18,19). Y en otro lugar dice:
“Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que
la cumplas” (Deut. 30:14, cf. Romanos 10:8). Y en lo tocante a si hemos nacido
en buena posición socio-económica o si hemos llegado a las instancias del poder
político, o si hemos prosperado por esfuerzo y meritocracia propia, las
Escrituras también tienen un claro mensaje. Dan a entender que todo
ordenamiento político, económico, social y cultural necesita tomar en cuenta a
los débiles o pobres integrándolos a los procesos de la educación y la justicia,
el desarrollo económico y la vida cultural, porque al no hacerlo, con el correr
del tiempo, la historia de esa nación se escribirá con sangre. De ahí el
consejo divino tantas veces repetido en la Biblia:
“Cuando haya en medio de ti
menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra
que Jehová tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra
tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le
prestarás lo que necesite” (Dt. 15:7,8).
“El que oprime al pobre afrenta a
su Hacedor; más el que tiene misericordia del pobre, lo honra” (Prov. 14:31).
“El que cierra su oído al clamor
del pobre, También él clamará, y no será oído” (Prov. 21:13).
En el
Nuevo Mundo los líderes políticos —hasta el día de hoy—, aprendieron de sus
predecesores imperiales a mantener la unidad nacional por medio del autoritarismo,
la represión y el despotismo contra los más débiles, contra
la mayoría pobre y desprotegida. Ha sido esta la forma de enfrentar los
problemas políticos y administrativos del Estado cuando el pueblo se levanta
para pedir justicia y acciones conforme al derecho. De ahí las grandes
insurrecciones, sediciones e inconformismos sociales hasta llegar al gran
lastre de los grupos guerrilleros que en mi país han sido numerosos. No
obstante, aquí no podemos tapar el sol con un dedo. El Estado y Congreso de
todos los tiempos, los propios gobiernos, los gremios empresariales y los
propios Medios Masivos de Comunicación al servicio de un Estado por lo general
injusto, han sido —y continúan siendo— los que dieron vida a todo este desorden
institucional y social lamentable. Ya
estudiamos que se trata de una evidencia en la historia de nuestro país. Del
mismo modo, esta es la razón por la cual desde los comienzos de la República
los viejos esquemas ibéricos instauraron las grandes diferencias de clases
sociales. Aquellos están representados bajo un enfoque socio-cultural y
psicológico bajo la forma de “patrón-peón”, “señor-sirviente”,
“señora-sirvienta”, “sacerdote-sacristán”.
Del
mismo modo, el desprecio de los afro-descendientes, de los indígenas y la lucha
instaurada entre el mestizaje y la raza blanca con prevalencia general en lo
socio-económico y socio-político también dio origen a las grandes desigualdades
socio-económicas y socio-culturales. Todo obedece en el fondo al
engrandecimiento propio como una clase de idolatría religiosa, —en este caso de
los que ostentan el poder y tienen el control de los medios deproducción—, el
cual es la base de casi toda la miseria que hay en el mundo; esta es la razón
por la cual los ricos y poderosos son indiferentes ante el sufrimiento de los
pobres, de los más desvalidos. Podría pensarse que los que viven en condiciones
de desventaja económica se debe a su falta de autorrealización personal, pero
debemos reconocer que no todos tenemos las mismas capacidades. Hay casos
excepcionales que nada tienen que ver con la pereza o la holgazanería. Sin
embargo, hay que reconocer que estas son actitudes y condiciones irresponsables
que en realidad son fuente de miseria y pobreza para cualquier ser humano. Por
su parte, Timothy Keller señala algunas consideraciones que generan pobreza y
que no son producto de la negligencia: Una causa es la “opresión” o la injusticia
(Éx. 22:21-27; Sal. 82:1-8; Prov. 14:31). Un ejemplo de opresión incluye el
demorar la paga o salario (Dt. 24:15); pagar salarios bajos (Ef. 6:8,9), cuando
los sistemas de gobierno y cortes está a favor de los poderosos y acaudalados
(Lev. 19:15); los préstamos con altas tasas de interés (Éx- 22:25-27). Una
segunda causa de pobreza señalada por Timothy Keller son las calamidades o
desastres naturales, los nacimientos congénitos o defectuosos, la victimización
por criminales, diluvios, inundaciones e incendios. El programa trazado por
José en Egipto ayudó a que el país no padeciera hambre (Gén. 47). Dios mismo
diseñó un plan para que no hubiera pobreza en Israel (Lev. 25:25,39, 47. En
tercer lugar, puede sobrevenir la pobreza debido al pecado personal. La pereza
y holgazanería son pecado (Prov. 6:6-7), problemas económicos por falta de
autodisciplina (23:21), o por gustos y lujos excesivos (21:17).
Nuestra
estratificación es parecida a las clases sociales de la India. En el
fondo, y aunque en otras condiciones, nuestra sociedad se parece en algún
sentido a la conformación social de castas en la India. En India un pobre no
puede aspirar a salir de su condición social y física durante toda su vida.
Hacerlo es enfrentar la ira de los poderosos de las altas castas o arriesgarse
a ir a la cárcel. No tenemos este mismo sistema aquí, es cierto, pero tenemos
algo parecido con nuestra estratificación. Lo es por cuanto nuestro modelo de
sistema socio-político, económico, judicial y religioso, férreamente estratificados
y jerárquicos, impide radicalmente a quienes están en la base de la pirámide
escalarla. Las leyes injustas, el torcimiento del derecho y el aprovecharse de
los más necesitados son pecados que Dios condena. La divina sentencia aclara:
“Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos
pueblos de la tierra. Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque
traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno.
Por esta causa la maldición consumió la tierra…” (Isaías 24:4-6).
Y respecto al
ascenso social, Emilio Yunis dice que el tal ha estado ligado siempre a
criterios de raza primero, historia familiar y social, éxito económico y, por
lo menos, en periodos de nuestra historia, al seguimiento de normas que
permitían “estrechar los lazos de sangre” con la institución del matrimonio
católico que fue utilizado como arma de discriminación, lo que lo llevó a
estimular la bastardía.
Dicho
ascenso social o “blanqueamiento” —como también lo llama Yunis—puede sobrevenir
mediante esfuerzos especiales los cuales la inmensa mayoría no tiene las
oportunidades requeridas. Por un lado, la conformación y malas costumbres que
se adquieren desde el seno de la familia, y por otro lado, el propio sistema
social lo hace casi imposible, pues el control autoritario y jerárquico que se
da dentro de las instituciones u órdenes establecidos, tornan al Estado y a la
sociedad misma en entes históricamente retrógrados.
En la
historia de Colombia sobresale la vida de Marco Fidel Suárez (1855-1927), hijo
de una lavandera, hombre de origen humilde y en cuya infancia vivió instantes
de penurias. Pero como hombre de grandes iniciativas y férrea voluntad llegó a
ser presidente de Colombia (entre 1918-1921). Él fue
alguien que estuvo en la parte baja de nuestra estratificación social, pero
logró ascender a la cima de la pirámide. Pagó un alto precio, a través del
permanente desprecio y odio de las élites políticas establecidas en el Congreso
y en casi todo el territorio nacional de aquellos días. En el terreno político
pocos lo han hecho.
Un giro
hacia los Derechos Humanos. Ahora bien, si nos ubicamos
correctamente, todo lo que hemos tratado hasta aquí, tiene que ver en el fondo
con el tema de los “Derechos Humanos”. Este es un tópico en el cual nuestra
nación colombiana ha sido objeto de grandes controversias y de grandes
divisiones político-sociales y cuestionamientos a nivel mundial. Y, debido a
que este ha sido un tema que no se quiere debatir a fondo, es un tabú, es una
fuente de grandes injusticias de parte de las clases dominantes. Veámoslos
desde una perspectiva que con seguridad la sociedad colombiana no está
acostumbrada a estudiarlos.
III. Los
“Derechos Humanos” vistos desde la perspectiva bíblica
El profundo
dolor que trajo la Segunda Guerra Mundial hizo reflexionar a los hombres una
vez más. La Declaración Universal de los Derechos Humanos proferidos desde la
Organización de Naciones Unidas (ONU, 1948) fue el llanto desgarrador que
llamaba a la humanidad de nuevo al orden, a la solidaridad, al amor entre los
hombres y al marco de la verdadera justicia social y personal. Pero, aunque no
lo dijeron, Dios era necesario una vez más. Aun
cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos no fue estructurada
sobre una base religiosa y teológica, sin embargo, es posible detectar la
influencia cristiana en sus redactores, pues es posible notar un sentido
teológico-antopológico en sentido bíblico. El hecho es que se trata de toda la
verdad porque al hablar de “derechos humanos” se estaba tocando con la
“dignidad humana” por ser creada a imagen de Dios, la esencia misma de la
naturaleza humana. Leamos el Artículo 1º de la mencionada Declaración:
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y
derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros”.
Si bien,
tales declaraciones no tienen efectos jurídicos que obligue a los Estados, se
trata de lineamientos morales, que son formulados como “el ideal” a ser
alcanzado por todos los pueblos y naciones” (preámbulo), pero no de normas
vinculantes de derecho supranacional. Pero, aun así, sólo por el hecho de ser
un hombre, un ser con rostro humano, Estados y gobiernos están llamados a tener
esto en cuenta y hacer de sus gobernados objetos de honor, amor y justicia por
medio de las leyes y el buen gobierno. Recordemos que esta Declaración
Universal de los Derechos Humanos fue dada como un modelo para que los Estados
miembros trataran de organizar mejor la vida social de sus respectivos países a
fin de superar la miseria y el dolor que puede producir la injusticia social e
individual de unos seres humanos contra otros hasta generar las indeseables
guerras civiles o regulares.
Pero,
desde aquellos tiempos, los gobernantes de Colombia, a lo largo y ancho de la
geografía nacional, han venido desoyendo ésta clara voz de la gracia común de
Dios. Pues sus dirigentes y gobiernos de turno continúan cerrando sus oídos al
clamor del pobre, de los huérfanos y viudas de la nación. Un ejemplo de la
indiferencia hacia el progreso social puede ser la llamada “calle del cartucho”
en la ciudad de Bogotá. Esta calle, fue así nombrada por ser el lugar más sucio
y peligroso de la ciudad. Era el hogar de los parias, de los marginados, de los
ladrones, las prostitutas, lugar donde se expendía toda clase de drogas y gran
nido de delincuencia. Existió durante muchos años a solo seiscientos metros del
Palacio de Nariño, sede y casa de gobierno de los presidentes de la República.
Ningún alcalde de la ciudad hasta entonces, pero tampoco un presidente
siquiera, se inmutó para resocializar, o ayudar, o por lo menos trasplantar
dicho sitio a otro lugar, a fin de que a ojos del extranjero y del resto del
colectivo humano de la ciudad no fuera un horrible y feo testimonio de la
indolencia humana, política y social de los gobernantes colombianos.
No obstante, los
diarios –como hasta el día de hoy—nos informan acerca de los grandes desfalcos
o robos al Estado de parte de los propios padres de la patria o funcionarios de
las empresas estatales. La rapacidad de los dineros públicos es lo que más ha
caracterizado a quienes ostentan el poder. Esta corrupción moral es la
principal fuente de atraso, marginación y subdesarrollo de la nación. Los
temas de la justicia social y de Derechos Humanos tal como reza la declaración
de la ONU, han sido más bien para nuestros políticos y dirigentes “temas de
relleno” dentro de los discursos y pláticas acomodaticias para la politiquería
y el engaño de la población. En una situación parecida y desde un remoto pasado
histórico, recordemos aquí las palabras del profeta Miqueas (siglo VIII a. C.),
que para evitar el juicio les transmitía lo que Dios pedía a su pueblo: “Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide el Señor de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”
(Miqueas 6:8).
¿Cuál es
la base de los Derechos Humanos?
Regresando
a nuestro argumento central, debemos formular aquí una pregunta: ¿cuál es la
base sustancial para que hombres, mujeres y niños tengan derechos humanos? Se
han dado muchas respuestas filosóficas a través del tiempo. Pero no puede existir
razón fundamental mejor que creer en la enseñanza bíblica de que, todo ser
humano, al ser “creado a imagen y semejanza de Dios”, intrínsecamente posee una
dignidad tal que debe respetarse y estimularse siempre. Por lo tanto, todo ser
humano merece respeto, trato justo y honorable. Ya desde el comienzo de la vida
humana en Mesopotamia, el respeto de la imagen de Dios en el hombre, se hace
sentir de parte del mismo Creador cuando invita a los gobiernos legítimamente
establecidos a que castiguen magistralmente los delitos atroces de sangre que
se cometen con alevosía y premeditación. “El que derramare sangre de hombre,
por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el
hombre” (Génesis 9:11).
Ahora
bien, desde otro ángulo de vista, podemos ver que fue la obra conjunta del
ateísmo, evolucionismo, positivismo científico y secularismo dentro de los
países protestantes de Europa y con repercusión mundial que lograron extraer de
la mente de las nuevas generaciones esta cara doctrina tan cierta y sagrada.
Desde que el humanismo comenzó a negar esta verdadera enseñanza los males y
sufrimientos de la humanidad se aumentaron. Las anteriores dos guerras
mundiales y las anarquías suscitadas junto a las grandes revoluciones sociales
del espíritu, políticas e ideológicas, son las consecuencias directas de este
atrevimiento. Sobre este tema Benjamin Constant, pensador cristiano del siglo
XIX, ha dicho con razón que desde la eliminación de esta profunda idea el
hombre ha pasado por dos etapas: “de la divinidad a la humanidad, y de la
humanidad a la bestialidad”.
Como no
aprendemos sino por medio del dolor, Colombia también continúa sufriendo por el
hecho de que sus dirigentes y gobernantes de turno no han querido tomar en
serio el caro consejo y la necesidad de legislar y gobernar en justicia y
verdad a favor del hombre. El problema básico de todas las naciones es gobernar
para las élites económicas y los propios intereses personales o grupales del
gobernante. Razón tenía el profeta Isaías cuando al ver la idolatría, maldad y
grave injusticia de sus reyes y sacerdotes dentro del establecimiento político
y religioso exclamó así ante el inminente juicio de Dios: “…porque luego que
hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. Se
mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará
iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová” (Isaías 26:9,10). Pero en
nuestro contexto socio-cultural parece que ni el dolor nos enseña a cambiar,
porque continuamente se entierran soldados, policías y decenas de ciudadanos y
campesinos que mueren a manos de los violentos. En fin…
Human
Right Watch. Siempre me he preguntado por qué
los gobiernos y el ejército nacional se rasgan las vestiduras cuando anualmente
Human Right Watch nos descalifica. Tristemente, Colombia continúa en los
primeros lugares de naciones que más violan los DD.HH. en el concierto
latinoamericano. De esta postración no hemos logrado levantarnos porque
la conformación de nuestro Estado y gobiernos han sido abiertamente
autoritarios y recalcitrantes en su injustica y violación de los derechos de la
población. Cuando no son las fuerzas del Estado, es la guerrilla; y cuando no
es la guerrilla, son los paramilitares, y cuando no son los paras, son los
narcotraficantes que cobran a sus víctimas los caros errores de la deslealtad y
la perfidia. Esta dialéctica política y social ha generado total impunidad y
corrupción porque el propio Estado, con frecuencia, se ha visto envuelto en
complicidad con los grupos paramilitares que están al margen de la ley. De ahí
que entonces, hoy se debata en el Congreso de la República la “Ley de Víctimas
y Restitución de Tierras” (Dic. 2012). Se trata de un claro testimonio de lo
que aquí venimos diciendo. La impunidad es sumamente grave en nuestra nación.
Sobre esta coyuntura, de gran utilidad es la voz de Dios por medio de los
antiguos profetas hebreos para enderezar los Derechos Humanos en nuestro País.
“Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”
(Amós 5:24). Y las palabras de Rousas John Rushdoony, teólogo
cristiano-evangélico de Estados Unidos, tocante a este importante punto nos
haga reflexionar cuando escribió: “El Estado que cesa de ser el terror para los
malhechores y se convierte en un terror para los piadosos está
cometiendo suicidio”.
Poco tiempo
después de la masacre, la United Fruit Company “cambio” su nombre en
Colombia por Compañía Frutera de Sevilla, y más tarde a Chiquita Brands. La
trasnacional estadounidense Chiquita Brands hasta el día de hoy continuó
recibiendo apoyo del Estado y gobiernos de Colombia a pesar de tan grave error
histórico. Hoy tiene un pleito jurídico en los propios Estados Unidos por sus
crímenes en Colombia al ser cómplice de masacres de campesinos financiando y
dirigiendo grupos de paramilitares en la zona bananera de Urabá y Magdalena.
También se habla de vinculación del ex presidente Álvaro Uribe Vélez a este
proceso por recibir dineros cuando fue gobernador de Antioquia. Ver
http://www.lasillavacia.com/historia/lo-que-prueban-los-memorandos-de-chiquita-brands-23173
http://www.colectivodeabogados.org/LA-IMPUNIDAD-DE-CHIQUITA-BRANDS